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Le crime (document en espagnol)

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Par   •  29 Mai 2013  •  610 Mots (3 Pages)  •  1 168 Vues

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En la época de la dictadura -y creo que ya durante la república- existía el dicho de "pasar más hambre que un maestro de escuela". Y no hacía más que reflejar la realidad, ya que los maestros ganaban menos que un peón de albañil. Sin embargo, especialmente en el ambiente rural, el maestro era una especie de rey a quien se acudía para todo, desde pedir un consejo hasta escribir una carta, porque la mayoría de los trabajadores del campo eran analfabetos.

Mi padre y mi madre eran maestros en una aldea gallega, y su aula era una sala de mi casa. Mi padre tenía dos pasiones: que ninguno de los niños de aquel puñado de familias dejase de ir a la escuela, y que en ésta aprendieran lo más posible. Recuerdo que a veces, ya muy entrada la noche, mi madre decía: "Guillermo, vente a dormir que es tarde". Y es que mi padre se quedaba hasta las tantas inventando tests de inteligencia para calificar a sus alumnos o preparando fichas para que aprendieran mejor. No regateaba tiempo ni esfuerzos en la dedicación de su escuela.

El pescadero del pueblo, un hombre bajito y simpático, había decidido que uno de sus cinco hijos no fuera a la escuela, porque tenía que ayudarle a llevar las cajas de pescado con el burro. Mi padre, que no soportaba aquello, un día oyó al sardinero cantar su pescado en la calle. Me dejó a cargo de la clase, para que mantuviera el orden, y bajó corriendo. Mientras el hombre pesaba un kilo de sardinas para una vecina, le dijo delante de todos: "Tu hijo desde mañana viene a la escuela". El sardinero quiso disculparse. "No admito excusas -le interrumpió mi padre- ; el día de mañana tu hijo, si lo desea, podrá vender sardinas como tú, porque es un oficio tan digno como el mío de maestro. Pero lo que no quiero es que tenga que pasar por la vergüenza que tú pasas, al tener que hacer las cuentas con los dedos. Quiero que si algún día vende pescado, como su padre, pueda hacer las cuentas a los clientes con papel y lápiz". La gente lo escuchaba atentamente. Hasta el burrito se quedó inmóvil. "Me ha convencido, don Guillermo -le respondió el sardinero- ; llévese a mi hijo a la escuela y que aprenda los números." Encontré a aquel niño muchos años más tarde y no vendía pescado. Se había abierto otros caminos en la vida.

Sin embargo, los esfuerzos de aquellos maestros, que pasaban hambre pero amaban su oficio, no eran considerados por el régimen como hubieran merecido. Sobre todo si se permitían hacer pinitos democráticos. Como yo he mencionado, a mi padre le ocurrió -y me imagino que no habrá sido el único- que el régimen lo castigó con una nota de censura en su expediente, acusándolo de que sus alumnos cuando llegaban al bachillerato "hacían demasiadas preguntas". Mi padre no entendió aquel reproche. "Pero si es bueno que pregunten -le comentaba a mi madre-, porque eso quiere decir que tienen curiosidad, y así se forma la cultura". Se había olvidado de que a las dictaduras les gusta más el signo de admiración que el de interrogación, por lo que preguntar puede ser peligroso.

Una vez, por aquellos tiempos del franquismo, el hijo de un militar preguntó a su padre: "Papá, ¿por qué los Reyes Magos traen juguetes mejores a los hijos de los ricos que a los de los pobres?". Y el padre, ante la pregunta impertinente, le respondió con un bofetón mientras le decía: "Los

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